“Malestar” generalizado en los docentes por el aumento de la burocracia y «preocupación» en las familias por la caída del nivel (educativo).
Así resume el periódico El Mundo los desafíos que aguardan a madres, padres y profesores en este nuevo curso escolar, aunque lo cierto es que no se trata de un problema nuevo.
Hace décadas que la educación tradicional se tambalea, aunque no ha sido hasta la última década que se ha banalizado hasta el punto de burocratizar la enseñanza y reducir su objetivo al simple paso de nivel.
Así, como en un videojuego, cuantos más niveles superen los estudiantes y mejor sea su puntuación, “mayor” será su valía y posibilidades de éxito en la educación actual. Y, cuantos más informes y planificaciones sean capaces de hacer los profesores, mejor será su desempeño.
El problema que estamos pasando por alto es que ni los estudiantes aprenden más por las notas que saquen o los niveles que superen, sobre todo si estos exigen cada vez menos desafíos, ni los profesores son más creativos o mejores pedagogos por las clases que planifiquen o los informes que rindan.
El difícil futuro al que se enfrenta la enseñanza a corto plazo
“Los analfabetos del siglo XXI no serán aquellos que no sepan leer y escribir, sino aquellos que no sepan aprender, desaprender y reaprender”, dijo en una ocasión el escritor y sociólogo Alvin Toffler. Y lo cierto, es que razón no le faltaba.
Hoy día casi cualquier persona sabe leer y escribir. También son muchos los que cuentan con uno, dos o hasta tres o más titulaciones. Vivimos en la sociedad del titulismo, en la que las habilidades y la inteligencia se mide por la cantidad de diplomas que puedas obtener. Pero, sin querer desmerecer el esfuerzo que esto requiere, la verdadera sabiduría no puede condensarse en un papel.
Y esto es algo que la educación actual aún no ha comprendido. De ahí que lejos de potenciar el verdadero aprendizaje, enseñar a pensar a sus estudiantes y estimular su pensamiento crítico, se centra en crear alumnos titulados como si de una cadena de montaje se tratase.
El problema está, por una parte, en que estos jóvenes no se convertirán en personas libres e independientes y, por otra, en que cuando tengan que enfrentarse a la sociedad se encontrarán con otros cientos de miles de jóvenes como ellos con los mismos títulos y habilidades, de manera que no les quedará otra opción que seguir especializándose hasta la saciedad o el fin de su vida laboral, lo primero que ocurra.
En el otro lado de la balanza se encuentran los docentes, ese ejército de mentores que enfrascados en conseguir esos puestos de trabajo que parecen una utopía, en seguir atesorando titulaciones y en justificar su labor cotidiana, están cada vez más indefensos y despojados de herramientas educativas que les permitan enseñar, de verdad, a sus estudiantes.
Esto, sumado a las interminables normas, planificaciones, organizaciones y tendencias que deben seguir en su día a día, al rendimiento de cuentas excesivo y los rígidos formatos educativos a los que tienen que adaptarse hace que terminen convirtiéndose en meros instructores del escaso y seleccionado conocimiento que un grupo de altos cargos dicta enseñar a las generaciones más jóvenes.
¿El resultado?
Una crisis educativa. Una educación artificial, automatizada y cada vez más estructurada que bombardea de información a sus estudiantes, sin ser capaz de enseñarles a pensar para que puedan aprovechar, de verdad, el conocimiento. Una educación rica en recursos docentes y con un sustento científico cada vez mayor que ha olvidado la esencia de la enseñanza y el propósito del aprendizaje.
La buena noticia es que detrás de ese sombrío horizonte, aún pueden verse algunos rayos de esperanza.
5 recursos psicológicos para afrontar la crisis educativa
Seamos sinceros. Afrontar la crisis educativa que está viviendo nuestra enseñanza no es tarea fácil. Desprenderse de las ataduras de los convencionalismos, la burocracia y las doctrinas establecidas requiere un esfuerzo y un compromiso enorme. Sin embargo, todo gran logro comienza por un primer paso. Quizá una o varias voces por sí solas no puedan revertir o transformar la educación actual, pero sí pueden tener un impacto inmenso en los más jóvenes de su entorno.
He aquí algunos recursos psicológicos que pueden ayudarte a convertirte en un mejor docente y brindar a tus estudiantes la educación que merecen.
- Marca la diferencia, enseña a pensar fuera de la caja
Salirse de los convencionalismos y los estándares establecidos no siempre es fácil ya que requiere una dosis de valentía y compromiso. Sin embargo, tampoco es necesario convertirse en un héroe de capa y espada, existen pequeñas acciones que puedes implementar en el aula para marcar la diferencia y enseñar a pensar fuera de la rigidez del marco académico que no requieren un gran esfuerzo, pero pueden tener un impacto enorme en los estudiantes.
Por ejemplo, en lugar de quedarte en las explicaciones, a menudo superficiales, que vienen en los libros de texto, cuéntales a tus alumnos algunos detalles interesantes o anécdotas que despierten su interés por el contenido. Anímalos a leer libros que no estén contemplados dentro del programa curricular, pero que puedan ayudarlos a comprender mejor un tema y a expandir su mente. Proponles actividades diferentes, pasa más tiempo en la naturaleza, sácalos del aula más a menudo. Sé disruptivo con tus métodos de estudio y enseña a serlo a tus alumnos con su aprendizaje.
- No te limites a enseñar, despierta el placer por aprender
Ser profesor va más allá de transmitir conocimiento a los estudiantes como si de llenar un cuenco vacío se tratase. Eso también puede hacerlo la inteligencia artificial, los libros o cualquier simple ser iluminado. Ser profesor implica estimular el interés y la curiosidad en los jóvenes, despertar su conciencia y sembrar en ellos el placer por aprender. Implica darle alas para que sean capaces de tomar las riendas de su aprendizaje y volar por su cuenta.
Por tanto, en lugar de limitarte a enseñar contenido, aprende a interactuar con tus estudiantes. Anímalos a tomar un papel activo en su aprendizaje, a que den libremente su opinión, a que hagan preguntas y a que cuestionen el contenido. Motívalos a que disfruten de la lectura, a que lean no por obligación, sino por placer. Ínstalos a que vayan siempre un paso más allá, a que descubran su propósito educativo y se enfoquen en lo que de verdad les importa.
- Fluye con los acontecimientos, evita que la burocracia consuma tu energía
Seamos sinceros. Vivimos en una sociedad burocrática donde para dar cualquier paso es necesario hacer una serie de trámites y gestiones infinitas. Y no es algo exclusivo de los docentes, sucede en muchos otros campos profesionales y en la vida misma. ¿Es útil? No, pero “es lo que hay” y no podemos hacer nada para cambiarlo. Pero, lo que sí puedes es impedir que la burocracia te drene la energía y las ganas de trabajar.
De ahí que, en lugar de agobiarte por todo el trabajo burocrático, los informes y planificaciones que debes entregar, aprende a fluir con las gestiones y asúmelas como parte del proceso. Intenta dedicarle el menor tiempo y recursos cognitivos posible para que puedas enfocarte en la parte de tu trabajo que más disfrutas. Quizá no puedas obviar la burocracia, aunque igual puedes gestionar con tus superiores reducirla, pero al menos esta te consumirá la menor energía posible.
- No olvides el propósito de la enseñanza, recupera la motivación
¿Qué te motivó a convertirte en docente? ¿Cuál era tu sueño cuando iniciaste la carrera? ¿Qué te llevó a enseñar a otros? A veces con el paso del tiempo, las dificultades y la rutina del día a día olvidamos qué fue lo que nos inspiró en un inicio a hacer lo que hacemos hoy. Vuelve a los orígenes, recuerda cuáles fueron los motivos por los que te convertiste en profesor e intenta abrazarlos otra vez. ¿Lo que antes te motivaba ya no te inspira? No pasa nada, es normal que nuestras ilusiones y sueños cambien a lo largo de la vida. Intenta descubrir lo que te inspira hoy.
No pierdas de vista el propósito de la enseñanza. No permitas que los automatismos, la rigidez y limitaciones del sistema, la toxicidad del entorno o el adoctrinamiento de la sociedad te corten la ilusión y las ganas de educar a otros. Piensa en el profesor que te hubiese gustado tener en tu infancia o juventud y conviértete en él. No puedes cambiar el pasado, pero sí darle la oportunidad a los más jóvenes de tener un profe que recuerden toda la vida.
- Abraza la singularidad, evita educar a estudiantes en cadena
Con las preocupaciones, los problemas y la estructurada planificación diaria es muy fácil convertirse en un autómata educativo y comenzar a ver la docencia como una cadena de montaje en la que tú haces lo mismo una y otra vez para “obtener” estudiantes cortados con el mismo molde que van pasando de nivel. Sin embargo, la verdadera educación va mucho más allá. Implica aceptar que cada estudiante y grupo es diferente y adaptar tus clases a sus peculiaridades.
Por tanto, evita mirar a todos tus estudiantes por igual y compararlos entre ellos. Cada uno tiene sus propias potencialidades y tu misión como educador consiste en descubrirlas y estimularlas para que cada joven pueda convertirse en una persona auténtica y libre. Sé consciente de que cada alumno es único e irrepetible y, en consecuencia, ofrécele la educación que quiere y necesita.
Y, por último, no olvides que toda crisis educativa puede convertirse al final en una oportunidad. Quizá no puedas disfrutar de tu profesión como una vez soñaste, pero en cambio puedes aprender a hacer las cosas diferentes para crear un resultado igualmente maravilloso.
Crédito de foto: Imagen libre de Pexels
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